martes, 5 de enero de 2010

El silencio es la más elocuente forma de mentir.

Si respirase todo lo hondo que puedo me quedaría anestesiada por mis vagas experiencias. Se ha atrancado el reloj de arena, gracias a dios que no se nos rompió. Lo admito, yo jugué con él.
Siempre hago igual, envuelvo un extraño misterio en mis entrañas, entonces éste me atrapa, me acaricia el alma, me acaricia la tristeza... Si, esa que nunca aparece. Te quedabas tan callado que tuve que remontarme a mis buenos tiempos. A aquel tiempo perfecto donde no existía más que una mesa, dos cervezas, tabaco y ellos dos... Mirándose, riéndose de la manera más descarada posible, sucumbiendo a un miedo lujurioso, traduciendo palabras...
Lo hacíamos muy bien, se nos llenaba la boca y la alegría, aquel tiempo en que la magia era trapecista, nunca se caía de esa cuerda. No existían las excusas ni las malas formas. Entonces yo guardé ese recuerdo en mi caja fuerte, siempre me ilumina si tropiezo. No sé por qué, creo que fue el mejor capítulo de mi coherencia.

Relájate, escúpelo, no se te vayan a salir las ganas por las orejas. ¡Qué manera de quererme!

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