jueves, 11 de febrero de 2010

Felicidad a pachas.

Quiero los cuatro pasos que te llevan a todos sitios, la humedad pasajera, andar a paso lento, los ojos achinados, el cigarro y la copa, los bares de siempre, tu risa, nuestra vida fácil, las historias contadas por cuarta vez, perdernos de carcajada en carcajada, nuestras deducciones sobre el futuro...
Quiero estar allí, contigo, con la misma entereza que nos ha acompañado todos estos años...
Todos estos maravillosos años.
No me resulta una labor fácil estar lejos, sin poder llamarte en cualquier momento y a cualquier hora para tomarnos un café, una caña, un vino, o simplemente para tomarnos la vida entera dentro de esa burbuja imaginaria que nos aísla de lo que la gente llama tristeza. Allí no existe.

Te conozco tanto... Tu manera de suavizar la tensión, los monólogos espontáneos, tú y tu cigarro, tus amores de la noche a la mañana, tu templanza y tu locura, el don para hacer de todos los recuerdos una risa, incluso de los recuerdos más negros. Tu facilidad para cambiar las desgracias por lecciones, los complejos por belleza, los días off en tranquilidad.

Seguramente haya personas mucho más inteligentes que nosotros, mucho más bondadosas y solidarias, menos caprichosas, más maduras, menos raras, más coherentes, menos borrachas... Pero no quiero bajar de este paraiso. Quiero seguir con la certeza de que siempre estaré ahí, de que tú siempre estarás aquí. Para lo bueno y lo malo, pa echarle cara al destino, para no llegar nunca a tiempo a la hora del café, para levantarnos del suelo sólo por culpa del acohol, para tirar por la basura todos los miedos innecesarios...

Es ahora que estoy a muchos kilómetros de nuestro día a día cuando soy consciente de que no existe nadie que me pinte la vida mejor que tú, que haga de los pozos sin fondo una utopía, y que convierta los caminos imposibles en caminos ya andados. No hay cara mala de la vida.

Que se caiga el mundo, que desaparezca la Tierra, que se extingan los humanos, da igual...

Tú espérame en el Sinco que quedan cervezas y tiempo para volvernos inmortales un millón de veces más...

sábado, 6 de febrero de 2010

Parrafada de tinta.

Perdón. Por haberme conformado con este desastre, por confiar en lo serenas que serían tus palabras.
Ya no es todo tan fácil como hacer una bola con plastilina y volver a hacer otra figura. Lo sé. Lo supe hace ya tiempo.
Esa fuerza volverá, esa destreza de fabricar suerte con mis propias manos, hacerla y hacerlo para mí. En cuántos agobios me habré perdido... En cuántas soluciones me habré vuelto a crecer.
Somos una especie de camino con murallas implacables, sin salidas de emergencia. Pudiste coger el otro recorrido con zona 10, pero hubiera sido demasiado lógico para estos tiempos que corren. Es infalible lo que dicen. Yo no sé más que nadie... Nos ponen malas caras pero nosotros estamos borrachos, las miramos y sólo cabe en nuestra razón un significado gracioso, como cuando me da por reirme de aquellas noches en las que todo se hace surrealista.
En cuanto al todo que nos rodea, aquí se hace nada. Una pecera con tapadera, hasta que estallas y comprendes que la melodía ya no te sabe tan viva como antes... Inmortales desquiciados, testarudos. A ver si es que ahora un caudal de lágrimas va a salvarnos de los fantasmas, qué va... Llena un vaso de agua, y cuando lo bebas piensa si era tan pura como cuando no sabíamos ni hablar. Menos mal que en este desorden de letras no entran malos augurios, no existen los cuentos con final desesperante. Queda hilo para coserme más aliento, más inventos para volver a hacerlo bien. Volver.
Cuando ella venía, me daba un beso y me arropaba... entonces no tenía miedo siquiera de que pudiera caerse el mundo...
Sigue siendo maravilloso osar de esta manera tan descarada a sentirme así de protagonista. Seguimos en el camino y en la búsqueda, con la misma mirada fija en ninguna parte.
Que no hay mayor error que no cometer ninguno...