miércoles, 8 de septiembre de 2010

Allá voy.


Podemos poner ya el tercer punto de esta historia, y que acabe en suspensiva, pero ante todo, que acabe. Creo que llegados a este punto limítrofe y suicida no quedan más agallas que caigan en saco roto. Porque no será la primera ni la última, y como siempre, dentro de un tiempo, me reiré y te contaré solo lo bueno.
  
Andando en un mundo que poco tiene que ver con el que me cuida ahora, tengo el privilegio de guardar en esta cápsula del recuerdo algún puntapié que me distrajo en el camino. No hablo de puntapiés en la espinilla. Me refiero a esa continua voltereta que di sin a penas notarlo, consciente cada noche de donde estaba el suelo, e imposible de parar durante el día. Algo así como la previsión de una tenebrosa tormenta de la que pensaba que no me iba a mojar. Pensaba. Porque pensar, todos pensamos, obviamente. Porque soñar, todos soñamos. Y el conflicto cabeza-corazón se presenta cuando nos quedamos en ese límite, en una superflua e ingenua esperanza.
Si, creo que llené mi almohada con “propósitos” de año nuevo, que se ahí se quedaron, durmiendo.

Pero como todo pasa y todo llega, al final se despertaron. Y hoy, se me antoja el tiempo como un presente a largo plazo, como el conductor que solo ve la carretera que tendrá que recorrer.

Que la vida son dos días, y yo todavía no he empezado.