miércoles, 5 de junio de 2013

Micro cuento

La habitación a media luz, expectante y silenciosa. El frío quema. La noche está a punto de abordarles: Tercer asalto. Concentración de recuerdos, inaugurando el encuentro. No hay previsión de reproches ni manantial de un “tal vez”. Ella se sienta en el sillón, se enciende un cigarro, aspira el humo, clava la mirada en una foto. Una foto de un hombre que mira fijamente al objetivo, entre apesadumbrado y feliz. No es una foto, es él. Ella le observa entre el humo y el recuerdo. Sus ojos le evocan un paisaje eterno, de marea tranquila y despertares atroces. Se levanta y camina hacia él, con pasos firmes pero cortos, custodiando el salto que viene detrás. La puerta empieza a abrirse al son de James Morrison. Llueven certezas, pero esta vez sin promesas. Llueven latidos salvajes, y razones de más. Llueve como nunca, a 36,7 grados. Él le mira, como quien mira a su futuro acercarse lentamente, y en milésimas de segundos,el futuro se queda a dos centímetros de distancia, decide plantarse y gritar. Dice algo así: "El por qué que lleváis tanto tiempo sufriendo, el cuándo que seguís esperando y el cómo que no encontráis en ningún sitio, está en todas partes de vuestro presente, de vuestro instante, y nada ni nadie más os puede explicar lo que nunca os habéis atrevido a hacer en estas cuatro paredes. Es necesario recordar que no hay fuerza más intensa que el poder del ahora, y olvidar ineludiblemente la incertidumbre del mañana". Los protagonistas del crimen se quedaron mudos, atónitos, como si el tiempo no hubiese pasado, y como si ese olvido fuera ya etéreo entre la nada. Sabían lo que estaba a punto de ocurrir, pero la moneda cayó por el lado de la soledad.

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