domingo, 31 de julio de 2011

¿Sabes qué?

Es verdad que no hay dos iguales en este mundo, tan imposible como cierto.
Creo que es el momento de acordarme de mis fallos, de hacerlos tan latentes como los tuyos. Nadie es perfecto hasta que te enamoras de él. Pero el camino, entonces, precisa de más hueco. De dos huecos.
Yo te quiero, porque no sólo templas el espacio en el que estoy, sino que lo cuidas, conmigo dentro. Porque hay una señalada razón a la cual acudo cada mañana: Esta viene a ser la explosión de amor eterno que sorprendió ya desde la primera cita.
Sí, una osadía hablar de eternidad y siempres, cuando el humano acostumbra a postular el tiempo como una suerte de maratón de diez minutos.
Sin embargo, parece haberse imantado mi corazón con tu cuerpo, con tu vida. Parece como si el futuro se aclarase cada vez más y más, sin dar tregua. Como si la desazón de la soledad fuera el punto y final de esta vida. Como si esa soledad fuera única y primordialmente el supuesto de tu ausencia. Como si de repente se me hubiera olvidado que ya no juego detrás del destino.
Y ahora parece que el destino llama a mi puerta, entrando aún sabiendo que sigo escondida. Se sienta a mi lado, cuando tu no estas, claro. Y sin compasión alguna, me dice algo que yo no oigo, pero escucho…

"Para toda la vida,
mi vida"

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